martes, 9 de agosto de 2011

Retratos de Somalia

Debían ser las 4 de la madrugada cuando el ruido de dos calderos chocando lo despertó, había sido su hermano Shiad, consciente de que si no empezaban a caminar no podrían disponer de agua hasta bien entrada la mañana. Ishmael, aún soñoliento, se abrió paso entre su madre y su hermana pequeña, que descansaban plácidamente a los dos lados del colchón que compartía la familia. Atravesaron el campo de refugiados esquivando casetas de campaña, colchones, sacos de dormir e incluso cuerpos a ras del suelo sin más compañía que la de las moscas, de esas que sólo picaban a los muertos. Ishmael no pensaba, ni siquiera sabía como se movían sus pies ya tan acostumbrados a andar descalzos, desconocía el número de kilómetros que recorría día tras día para conseguir unos míseros litros de agua contaminada y el tiempo que empleaba en ello, sólo sabía que lo hacía por sobrevivir, aunque tampoco entendía su empeño por seguir en un mundo condenado a la miseria. Cuando nació hacía 8 años su país ya estaba en guerra, creció escuchando historias de  lo hermoso que había sido el mercado de Bakara, el qué mas de toda Somalia, su padre, asesinado por los milicianos, solía contarle como comerciantes de todo el mundo acudían para exportar sus productos a Europa o a EEUU,  pero Ishmael miraba a su alrededor y sólo veía a decenas de soldados vigilando las calles ya destrozadas, a furgonetas armadas con ametralladoras que circulaban  entre los escombros y los edificios medio derruido. Y ahora estaba allí, en un campo en medio  de la nada , rodeado por cientos de familias hambrientas, donde las madres se veían obligadas a decidir a cual de sus hijos podían alimentar. No,  Ishmael no podía ver mas allá de esa realidad desoladora que le había tocado vivir desde el principio de sus días, una guerra de dos décadas, un hambre devastador que sabía que pronto acabaría con él.

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