Plantar
los pies en el suelo, olvidar las leyes físicas y sentir que todo es posible
mientras la música siga sonando y mi cuerpo siga girando. Golpear la superficie
y dejar que la vida me suba por las piernas, se apodere de mí, me quite la
tristeza y me endulce la memoria. Sentir que el mundo se estremece, que el
ritmo sacude la tierra. Creer que no existen días malos, pérdidas permanentes
ni penas que duren cien años mientras mis talones sean capaces de
elevarse y acompasar su ritmo al de cada uno de los poros de mi piel, que en
ese momento dejan de pertenecerme para pertenecer a la música que suena y al
suelo que se tambalea bajo unos pies que tampoco son míos. Y bailar, bailar sin
que los recuerdos hagan daño.
Porque
fuera de un estudio todo será peor que dentro, y lo peor, siempre menos malo si
me coge bailando.
"Baila, baila Zarité,
porque esclavo que baila es libre...
mientras baila"
Isabel Allende, La Isla Bajo el Mar
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