Ya son casi tres años sin tenerte, los mismos que necesita un niño para empezar el colegio, y al igual que ellos, me he adptado a vivir sin ti, porque la vida es eso, es adaptarse a los cambios y aceptar que nada dura para siempre, que necesitamos el dolor y que el odio es algo nuestro. Las amistades pierden la confianza, los amores caen en la rutina, los seres queridos desaparecen y los sueños no siempre se cumplen. Nuestra existencia no es fácil, es complicada, compleja y articulada, que ni siquiera nos pertenece porque somos marionetas del destino, títeres manejados al antojo de un personaje invisible y astuto que convierte a los seres humanos en suyos y el mundo en un gran teatro llamado realidad, protagonizado por las grandes tragedias y las pequeñas alegrías. Porque la vida es dura y llena de obstáculos, pero basta con gotas que casualmente se encuentran con granos de arenas o una canción de verano que suena en pleno invierno para que el planeta nos resulte cada vez más bello y la vida valga un poco más la pena vivirla.
El terror es fugaz, el miedo es permanente.
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