lunes, 6 de diciembre de 2010

Que me quedes tú


Viajé alrededor de mil mundos y derribe cientos de arboles. Tenía todo lo que un hombre era capaz de desear, podía correr sin cansarme  y respirar sin gastar aire. Podía acortar las calles para llegar antes o controlar el tiempo hasta que estuviese a mi favor. Era superman, recorría mil kilómetros en menos de un segundo, levantaba camiones de cientos de toneladas y podía hacerme invisible si los que me miraban no me gustaban. Nunca jamás me derribé ni miré a quien estaba luchando contra  mí. Pero lo único que me hacía sentir un hombre verdaderamente afortunado era  el hecho de que cuando me cansase de ser un superhéroe podía llegar a casa, encender la luz y encontrarte sentada en el sofá. Era ese el momento en el que de verdad me hacía fuerte, cuando te lanzabas a mis brazos y hasta el paraíso se convertía en una pesadilla. No me importaba que se me evaporaran los poderes porque si te tenía a ti conservaría el más importante. Nunca entendí cual era tu verdadero propósito natural. Estabas tan viva , tenías tanto por ti sola que no podía creer que hubieses sido un alma creada para encontrarse con otra, una identidad que llegaría a formar parte de algo tan insignificante como yo.  Cuando miraba las ondas de tu pelo o la sonrisa que me dedicabas todas las mañanas solamente podía pensar en que la realidad es infinitamente compleja; miles de mentes, miles de vidas, todas ellas unidas entre sí.

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