Cuando él se fue se llevó una parte de mi y no tuve más remedio que el de aprender a vivir a medias. Creo que me dejó tantas cicatrices, tantos recuerdos de lo que salió mal, que me he convertido en un ser débil, con un miedo terrible a dar un paso por si me caigo.
Cuando superamos una gran pena el primer objetivo es evitar volver a sufrirla, y para ello, rechazamos todo eso que nos pueda hacer un poquito más felices. Creemos que si nos permitimos algún salto lo más probable es que acabemos en el suelo, entonces tendríamos que volver a esperar a que el dolor remita, encontrar las fuerzas para levantarnos y regresar al principio. Vamos por la vida de puntillas porque tenemos miedo de pisar en falso y olvidamos que así también podemos perder el equilibrio, quiero decir que cuando nos dejamos llevar también nos pasan cosas buenas y que cuando tenemos mucho cuidado también corremos el riesgo de perder lo que queremos.