Cuenta la leyenda, que cuando Pandora abrió la caja por mera curiosidad, sin saber lo que ésta contenía, dejó escapar todos los males que azotarían a los seres humanos, excepto uno que logró atrapar cerrando la caja a tiempo; la esperanza. Sin embargo, ésta debió encontrar algún mínimo resquicio por el que colarse y penetrar en las personas. Penetrar en esas vidas llenas de miedo, sin tiempo para sentarse y esperar, sin tiempo para observar ni para tan siquiera amar. Vidas tan complejas y articuladas que concedían a la esperanza el privilegio de ser considerada un sentimiento afable, pues nos permitía ver algo de luz cuando reinaba la total oscuridad. Y cierto es, ya que cuando cometemos un error la necesitamos para sentir que podemos mejorar y si perdemos a alguien precisamos creer que va a volver. Pero si el error se repite o ese alguien no vuelve, la esperanza se convierte en los más atroz e inhumano que nuestro corazón pueda soportar, pasa a ser un sentimiento cruel, capaz de mostrarte un camino por el que escapar e impregnarlo de maleza en el ultimo momento, nos recompone para despedazarnos de nuevo, nos vence, nos derrota, nos aniquila, pero no sin antes aliviar nuestro dolor.